En agosto de 1992, casi cincuenta años después de la derrota de la locura nazi que dejó tras de sí una herencia de 50 millones de muertos, una Europa arrasada y un mundo patas arriba, mientras en España celebrábamos de manera simultánea los Juegos Olímpicos y la Exposición Universal, a las puertas de casa, como quien dice, teníamos otra guerra en suelo europeo. Campos de concentración y exterminio, deportaciones, limpieza étnica, el horror que ya creíamos tener olvidado… se hicieron presentes de nuevo ante nuestros ojos. Srebenica, Vukovar, Mostar, son nombres que han quedado en nuestra memoria como ejemplos del mal y para nuestra vergüenza, incapaces de detener esas matanzas entre personas que se dicen civilizadas.
Pero si hubo una ciudad mártir en esa guerra, un lugar en el que el odio y la sinrazón se enseñoreó a sus anchas dejando su rastro de desastres, esa ciudad fue Sarajevo, la hermosa capital de Bosnia-Herzegovina. Asediada de manera inclemente por bombardeos, masacrada sin compasión por francotiradores asesinos con su reguero diario y macabro de cadáveres de civiles indefensos, Sarajevo resistió durante años matanzas y destrucción. El 25 de agosto, la barbarie se cobró una de sus más famosas víctimas: bombas de fósforo -armas cuyo uso está prohibido internacionalmente contra la población civil- lanzadas a cientos desde las colinas que rodean la ciudad hicieron blanco en la cúpula del edificio de la Biblioteca -símbolo permanente del encuentro entre las culturas musulmana, cristiana y ortodoxa- causando un pavoroso incendio que durante tres días provocó la desaparición de más de 600.000 volúmenes, un valiosísimo legado de la cultura y la sabiduría perdido para siempre.
Pero si hubo una ciudad mártir en esa guerra, un lugar en el que el odio y la sinrazón se enseñoreó a sus anchas dejando su rastro de desastres, esa ciudad fue Sarajevo, la hermosa capital de Bosnia-Herzegovina. Asediada de manera inclemente por bombardeos, masacrada sin compasión por francotiradores asesinos con su reguero diario y macabro de cadáveres de civiles indefensos, Sarajevo resistió durante años matanzas y destrucción. El 25 de agosto, la barbarie se cobró una de sus más famosas víctimas: bombas de fósforo -armas cuyo uso está prohibido internacionalmente contra la población civil- lanzadas a cientos desde las colinas que rodean la ciudad hicieron blanco en la cúpula del edificio de la Biblioteca -símbolo permanente del encuentro entre las culturas musulmana, cristiana y ortodoxa- causando un pavoroso incendio que durante tres días provocó la desaparición de más de 600.000 volúmenes, un valiosísimo legado de la cultura y la sabiduría perdido para siempre.
¡El horror, el horror!
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