Me la regaló para mi cumpleaños.
Me encanta acariciar su piel, observar sus movimientos lentos y sinuosos, su quietud de esfinge durante horas, enfrentar mi mirada con las pupilas verticales e hipnóticas de sus ojos.
Anoche, cuando se durmió, la metí en la cama con nosotros.
Ahora está aquí la policía haciendo preguntas tontas, como siempre.
Y la serpiente no aparece por ninguna parte.
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