lunes, 4 de octubre de 2010

Un poema rescatado (V. A. Estellés)


De un tiempo a esta parte, y mal que me pese, estoy expurgando mi biblioteca. La maldita falta de espacio se cobra su cuota de dolor en el proceso de elección y abandono de los volúmenes que un día fueron adquiridos con toda ilusión. O recibidos de manos de amigos que pensaron en nosotros. Pero el tiempo, ay, hace su criba en gustos y lecturas y uno no tiene más remedio que desprenderse -como de ciertos amores adolescentes- de un -me cuesta escribir la palabra lastre- equipaje rozado por la vida.

Mientras ordeno y recoloco, mientras descarto o rescato -juez con remordimientos, cura y barbero quijotescos-, viene a mis manos un viejo volumen de la editorial Visor donde leí por primera vez a un poeta desconocido para mí hasta entonces: Vicent Andrés Estellés.
En el momento de hojearlo someramente antes del veredicto, cae de entre sus páginas un folio doblado en cuatro con un poema mecanografiado.
El que estuviera mecanografiado significa que en alguna lectura pública de mis poemas, se coló de rondón. Tengo la costumbre de leer poemas de otros escritores a modo de homenaje a quienes me precedieron, abriendo camino, en el territorio a veces inhóspito, pero siempre gozoso, de la poesía.

O sea, y ahora que lo pienso, el poema no se coló de rondón, como antes decía, sino a conciencia, con pleno derecho, con todos los honores.
El libro se salva.

Y mientras escribo esta nota se me viene a la mente otro poema suyo, una especie de obituario, donde habla de su propio entierro como algo festivo, motivo de júbilo en su pueblo.
Pero de ese ya hablaremos otro día.


Cuaderno de 1962

A veces también llegaba Neruda. Miraba a un lado y a otro con aquellos ojos de pescado debajo de su gorra se sentaba en el diván no puedes fiarte nunca me decía cogiéndome del brazo. Yo lo comprendía todo y lo disculpaba todo. Él se sacaba del bolsillo una primera edición de Quevedo y una segunda de fray Luis de León y se sacaba más papeles aún, por ejemplo, la partida bautismal de Jorge Manrique, unos originales ilícitos de Góngora a la muerte del conde de Villamediana, cosas todas absolutamente prohibidas entonces. En unos vasos aculados de un vidrio de a dedo bebíamos el vino negro mientras yo leía las turbias líneas amargamente lejanas. Cuando se había establecido un cierto ambiente de confianza, se quitaba un calcetín e improvisaba una oda elemental mientras el dedo gordo descalzo sobresalía indómito. Son cosas de la guerra, qué te he de decir, tú ya me entiendes y silencio.

Vicent Andrés Estellés

6 comentarios:

  1. Me alegro enormemente del rescate, de otra forma creo que nunca lo hubiera leído, ni conocido a Vicente Andrés Estellés. Gracias, Elías.

    Un beso.

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  2. Hermosa expresión que me queda resonando: "uno no tiene más remedio que desprenderse -como de ciertos amores adolescentes- de un -me cuesta emplear la palabra lastre- equipaje rozado por la vida."

    ¡Qué hermoso referido a los libros! ¿Y cómo hacerlo? Al menos en lo vital, ¿no se ocupa de ello ya -para bien y para mal- el olvido?

    Gracias por la frase y la reflexión, amigo.

    Por otro lado, cualquier lector, ni siquiera los grandes, puede caber al cabo de un tiempo dentro su casa. No sé si esto se superará digitalizando todo.

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  3. Digo como Paloma, te doy las gracias por haber traído a mi vida a Vicent Andrés Estellés, desconocido por mí hasta ahora. Venir a esta casa es irse siempre com más conocimiento.
    Un abrazo.

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  4. Gracias, Paloma.
    Doble rescate en este caso, si a ti también te ha gustado.
    ¡Qué dolor esto de expurgar libros!

    Besos.

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  5. Gracias, Carlos, por tu adjetivo a mi reflexión.
    Si en lo vital, como dices, ya se ocupa el olvido, en lo material somos nosotros quienes hemos de tomar la decisión.
    Y no siempre nos gusta, ni acertamos.

    Un abrazo.

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  6. Pues te digo como a Paloma, Mercedes.
    Bienvenida al club de lectores de Estellés.
    Él, a buen seguro, estará riéndose en su tumba de el andar dando tumbos de sus poemas.

    Besos.

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