sábado, 29 de julio de 2017

Monólogo


En el escenario desnudo, una actriz joven, poderosa, con notables registros pese a su juventud, interpreta con maestría el monólogo escrito por uno acerca de la figura de Juan Ramón Jiménez y donde “Platero”, recién desembarcado en el puerto de Nueva York tras una penosa travesía, desconfiando de lo que le espera en manos del poeta desgrana, una tras otra, todas las espigas de la gavilla de agravios en contra de su creador, empezando por la incomodidad del viaje y acabando por su estulticia.
Lo más sorprendente de la función para mí: la voz femenina allí donde uno había imaginado una voz recia y callosa, de hombretón de vuelta de todo y sin pelos en la lengua. Con una dicción perfecta, con las inflexiones y los énfasis en su momento y lugar, con los gestos precisos, para quien mira y escucha, los diez, quince minutos escasos de la representación se le hacen cortos. Y uno, que no está dotado para el teatro más que como espectador (y aun de esto ni siquiera estoy seguro) no puede por menos de emocionarse ante lo que esa voz, esa hermosa presencia ha hecho con el texto que empezó a gestarse en un parque, entre cervezas, y casi como sin querer, una calurosa tarde de junio bajo los árboles.
Y uno, el mismo de antes, con su poquito de vanidad a cuestas, acaba la noche del estreno como debía: también entre amigos y cervezas, con besos de despedida hasta la próxima.
Aprovechemos las duras que ya vendrán las maduras.
Telón. 

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